En su expresión mínima el signo escrito es un signo del habla, una representación de lo que está ausente: hay una tendencia a distanciar de lo presente y directo que yo llamo la alienación de la inmediatez. Las primeras representaciones comprenden información sobre lo que no se ve para futuras relaciones entre los humanos y su entorno; lo que se ve es natural, lo que se dice es la forma de percibirlo: lo que importa no es la Escritura (como se escribe) sino qué significa. Un numero pequeño de signos (alfabeto, acentos, puntuación) hacen posible la infinita capacidad de la Escritura.
El pensamiento humano se estabiliza por la Escritura, perdiendo su inmediatez el presente.
La llegada de la Escritura, y sus cualidades fijadoras, se hace al tiempo del establecimiento espacial (en ciudades); pero hay un tercer elemento, la expresión plástica, que ayudó a la confección de cosas referidas a la arquitectura y al trabajo. En la Edad de Oro de Atenas, para edificar templos y concebir todo tipo de objetos y artefactos, escribir no era necesario; el diálogo era el medio por el que los constructores llegaban a establecer sus opciones, en presencia del Arquitecto.
Todo ha cambiado mucho con la llegada de los procesos digitales, hoy.
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